sábado, 2 de febrero de 2008

Crítica comparativa.

Tras realizar mi traducción, he llevado a cabo una comparación entre ésta y la traducción profesional. Si bien es cierto que en la profesional hay bastantes buenas propuestas de traducción, en mi versión he descubierto varios aspectos que creo, mejoran la calidad del texto. Entre ellos quiero destacar un uso más cercano de los pronombres personales, que hacen referencia a un “vosotros”, siempre intentando acercar el texto al público, y poniendo de manifiesto que la obra va dirigida a las personas en su conjunto, y no a un único lector. Por otra parte, existe también una falta de concordancia en la traducción profesional, pues intercala “personas mayores” con “personas grandes”, o “dibujar” con “pintar”. En ambos casos creo que no es necesaria tal alternancia y que los segundos términos no se ajustan al texto, ni consiguen desempeñar el papel de verdaderos sinónimos.
De esta forma, se pueden comparar otros aspectos como la literalidad de la traducción profesional, que en algunos casos deja frases algo incoherentes.
Finalmente, creo que también es necesario señalar la dificultad añadida que poseen las segundas o terceras traducciones de este tipo de obras, puesto que dado su alcanza y conocimiento por parte de todos, es inevitable que se produzca una “contaminación” en las traducciones posteriores a la “original”.

El Pricipito. (Mi traducción)

Capítulo 1
Cuando yo tenía seis años, vi una vez, una magnífica imagen en un libro
sobre la Selva Virgen que se llamaba «Historias Vividas».Representaba
una serpiente boa que se tragaba una fiera. Aquí está la copia del dibujo.
Decía el libro: «Las serpientes boa tragan su presa toda entera, sin masticarla.
Después no se pueden mover más y duermen durante los seis meses que dura su digestión».
Reflexioné mucho sobre las aventuras de la selva y por mi parte, con un lápiz de color conseguí trazar mi primer dibujo. Mi número 1.
Era así:




Mostré mi obra a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo. Ellos me respondieron “¿Por qué un sombreo daría miedo?”. Mi dibujo no representaba un sombrero, representaba una boa que digería un elefante. Entonces dibujé el interior de la serpiente boa, para que las personas mayores pudieran comprender. Siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:




Las personas mayores me aconsejaron dejar a un lado los dibujos de serpientes boa abiertas o cerradas, y que me interesara más bien por la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como abandoné, a la edad de seis años una magnífica carrera de pintor. Había sido desanimado por el fracaso de mi dibujo número 1 y mi dibujo número 2. Las personas mayores nunca comprenden nada ellos solos, y es cansado, para los niños, estar explicándoles siempre, siempre.
Entonces debí elegir otro trabajo y aprendí a pilotar aviones. He volado un poco por todo el mundo. Y, ciertamente, la geografía me ha sido de gran ayuda. Sabía distinguir, a primera vista, la China de Arizona. Es muy útil, si uno se pierde por la noche.
También he tenido, a lo largo de mi vida, muchos contactos con gente seria. He vivido mucho entre las personas mayores. Les he visto muy de cerca. Esto no ha mejorado mucho mi opinión.
Cuando me encontraba con una persona que me parecía un poco lúcida, probaba con ella la experiencia de mi dibujo número 1 que siempre conservé. Quería saber si era de verdad comprensiva. Pero siempre me respondían: “Es un sombrero”. Así que yo no le hablaba ni de serpientes boa, ni de selvas vírgenes, ni de estrellas. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y la persona mayor estaba muy contenta de conocer a un hombre muy razonable.

Capítulo II
Así he vivido solo, sin ninguna persona con quien hablar de verdad, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo estaba roto en mi motor. Y como no tenía conmigo ni mecánico, ni pasajeros, me preparé para intentar conseguir una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte. Apenas tenía agua para beber para ocho días. La primera noche dormí sobre la arena a mil millas de cualquier tierra habitada. Estaba más solo que un náufrago en una balsa en mitad del océano. Entonces os imagináis mi sorpresa, al amanecer, cuando una extraña y suave voz me despertó. Me decía:
- ¡Por favor…dibújame un cordero!
- ¿Qué?
- Dibújame un cordero
Me puse de pié de un salto como si me hubiera golpeado un rayo. Me froté bien
Los ojos. Miré bien. Y vi un pequeño hombre del todo extraordinario que me observaba seriamente. Aquí está el mejor retrato que, más tarde, conseguí hacer de él. Pero mi dibujo está claro, es mucho menos encantador que el original. No es mi culpa. Había sido desanimado en mi carrera como pintor por las personas mayores, a la edad de seis años, y no había aprendido a dibujar nada, salvo boas cerradas y boas abiertas. Yo miraba a esta aparición con los ojos abiertos como platos. No olvidéis que me encontraba a miles de millas de cualquier región habitada. Y mi hombrecito no me parecía perdido, ni muerto de cansancio, ni muerto de hambre, ni muerto de sed, ni muerto de miedo. No tenía para nada la apariencia de un niño perdido en mitad del desierto, a miles de millas de cualquier región habitada. Cuando por fin conseguí hablar, le dije:
- Pero… ¿qué haces tú aquí?
Y él me repitió, muy despacio, como si fuera algo muy serio:
- Por favor…dibújame un cordero…
Cuando el misterio es demasiado impresionante, no osamos desobedecer. Me parecía absurdo ya que me encontraba a miles de millas de cualquier entorno habitado y en peligro de muerte, y aun así saqué de mi bolsillo un folio de papel y una pluma. Pero me acordé de que yo había estudiado sobre todo la geografía, la historia, el cálculo y la gramática, y le dije al pequeño hombrecito (con un poco de mal humor) que no sabía dibujar. El me respondió:
- No pasa nada. Dibújame un cordero.
Como yo jamás había dibujado un cordero, volví a hacer, para él, uno de los dibujos que yo era capaz de hacer. Ese de la boa cerrada. Y quedé estupefacto al oír al pequeño hombre responder:
- ¡No! ¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa, y un elefante es demasiado grande. Donde yo vivo es muy pequeño. Necesito una oveja. Dibújame una oveja.
Y entonces dibujé.
El me miraba atentamente, y dijo:
- ¡No! Ese está muy enfermo. Haz otro.
Yo dibujaba:
Mi amigo sonreía dulcemente, con indulgencia:
- Ves…eso no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…
Entonces volví a hacer mi dibujo. Pero él lo rechazó, como a los otros:
-Ese de ahí es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Y entonces, ya sin paciencia, como tenía prisa por empezar a desmontar mi motor, garabateé este dibujo.
Y le dije:
- Esto es la caja. El cordero que tú quieres está dentro.
Pero me sorprendí mucho de ver como se le iluminaba la cara a mi joven juez:
-¡Es exactamente así como lo quería! ¿Crees que le hace falta mucha hierba a este cordero?
- ¿Por qué?
- Porque donde yo vivo es pequeño…
- Habrá suficiente. Te he dado una oveja muy pequeña.
- Inclinó la cabeza hacia el dibujo:
- No es tan pequeño… ¡Mira! Se ha dormido…
Así fue como conocí al Principito.

El Principito. (Traducción profesional)

1
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba "Historias vividas", una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. Esta es la copia del dibujo.

En el libro decía: "Las serpientes boas se tragan su presas enteras, sin masticarlas. Luego no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura su digestión".
Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1. Era asi:

Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les asustaba.
-¿Por qué habría de asustar un sombrero? - me respondieron.
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas grandes pudieran comprender. Siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas, y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Asi fue cómo, a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2.
Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.
Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendí a pilotear aviones. He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.
A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas grandes. Las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. Pero siempre me respondian:: "Es un sombrero". Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de la selva virgen y ni de estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y la persona grande se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.
2
Viví así, solo, sin nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
- ¡Por favor... píntame un cordero!
-¿Eh?
-¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario hombrecito que me miraba gravemente.
Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas grandes me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.

Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de toda región habitada. Y ahora bien, el hombrecito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
- Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
-¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al hombrecito (con un poco de mal humor), que no sabía dibujar.
- No importa - me respondió-, píntame un cordero!
Como jamás había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
- ¡No!, !No! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi casa es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
Entonces dibujé un cordero. El hombrecito lo miró atentamente y dijo:

-¡No! Este cordero está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
-¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrabateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:

-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
-¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?
-¿Por qué?
-Porque en mi casa es todo tan pequeño…
-Alcanzará seguramente. Te he dibujado un cordero bien pequeño.
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
-¡Bueno, no tan pequeño…! !Mira! Está dormido…
Y así fue como conocí al Principito.

Le Petit Prince. (versión original)

I
Lorsque j’avais six ans j’ai vu, une fois, une magnifique image, dans un livre sur la forêt vierge qui s’appelait Histoires vécues. Ça représentait un serpent boa qui avalait un fauve. Voilà la copie du dessin.

On disait dans le livre : « Les serpents boas avalent leur proie tout entière, sans la mâcher. Ensuite ils ne peuvent plus bouger et ils dorment pendant les six mois de leur digestion ».
J’ai alors beaucoup réfléchi sur les aventures de la jungle et, à mon tour, j’ai réussi, avec un crayon de couleur, à tracer mon premier dessin. Mon dessin numéro 1. Il était comme ça :

J’ai montré mon chef-d’œuvre aux grandes personnes et je leur ai demandé si mon dessin leur faisait peur.
Elles m’ont répondu : « Pourquoi un chapeau ferait-il peur ? »
Mon dessin ne représentait pas un chapeau. Il représentait un serpent boa qui digérait un éléphant. J’ai alors dessiné l’intérieur du serpent boa, afin que les grandes personnes puissent comprendre. Elles ont toujours besoin d’explications. Mon dessin numéro 2 était comme ça :

Les grandes personnes m’ont conseillé de laisser de côté les dessins de serpents boas ouverts ou fermés, et de m’intéresser plutôt à la géographie, à l’histoire, au calcul et à la grammaire. C’est ainsi que j’ai abandonné, à l’âge de six ans, une magnifique carrière de peintre. J’avais été découragé par l’insuccès de mon dessin numéro 1 et de mon dessin numéro 2. Les grandes personnes ne comprennent jamais rien toutes seules, et c’est fatigant, pour les enfants, de toujours leur donner des explications…
J’ai donc dû choisir un autre métier et j’ai appris à piloter des avions. J’ai volé un peu partout dans le monde. Et la géographie, c’est exact, m’a beaucoup servi. Je savais reconnaître, du premier coup d’œil, la Chine de l’Arizona. C’est utile, si l’on s’est égaré pendant la nuit.
J’ai ainsi eu, au cours de ma vie, des tas de contacts avec des tas de gens sérieux. J’ai beaucoup vécu chez les grandes personnes. Je les ai vues de très près. Ça n’a pas trop amélioré mon opinion.
Quand j’en rencontrais une qui me paraissait un peu lucide, je faisais l’expérience sur elle de mon dessin n°1 que j’ai toujours conservé. Je voulais savoir si elle était vraiment compréhensive. Mais toujours elle me répondait : « C’est un chapeau. » Alors je ne lui parlais ni de serpents boas, ni de forêts vierges, ni d’étoiles. Je me mettais à sa portée. Je lui parlais de bridge, de golf, de politique et de cravates. Et la grande personne était bien contente de connaître un homme aussi raisonnable…
II
J’ai ainsi vécu seul, sans personne avec qui parler véritablement, jusqu’à une panne dans le désert du Sahara, il y a six ans. Quelque chose s’était cassé dans mon moteur. Et comme je n’avais avec moi ni mécanicien, ni passagers, je me préparai à essayer de réussir, tout seul, une réparation difficile. C’était pour moi une question de vie ou de mort. J’avais à peine de l’eau à boire pour huit jours.
Le premier soir je me suis donc endormi sur le sable à mille milles de toute terre habitée. J’étais bien plus isolé qu’un naufragé sur un radeau au milieu de l’océan. Alors vous imaginez ma surprise, au lever du jour, quand une drôle de petite voix m’a réveillé. Elle disait :…
« S’il vous plaît… dessine-moi un mouton !
— Hein !
— Dessine-moi un mouton… »
J’ai sauté sur mes pieds comme si j’avais été frappé par la foudre. J’ai bien frotté mes yeux. J’ai bien regardé. Et j’ai vu un petit bonhomme tout à fait extraordinaire qui me considérait gravement. Voilà le meilleur portrait que, plus tard, j’ai réussi à faire de lui.

Mais mon dessin, bien sûr, est beaucoup moins ravissant que le modèle. Ce n’est pas de ma faute. J’avais été découragé dans ma carrière de peintre par les grandes personnes, à l’âge de six ans, et je n’avais rien appris à dessiner, sauf les boas fermés et les boas ouverts.
Je regardai donc cette apparition avec des yeux tout ronds d’étonnement. N’oubliez pas que je me trouvais à mille milles de toute région habitée. Or mon petit bonhomme ne me semblait ni égaré, ni mort de fatigue, ni mort de faim, ni mort de soif, ni mort de peur. Il n’avait en rien l’apparence d’un enfant perdu au milieu du désert, à mille milles de toute région habitée. Quand je réussis enfin à parler, je lui dis :
« Mais qu’est-ce que tu fais là ? »
Et il me répéta alors, tout doucement, comme une chose très sérieuse :
« S’il vous plaît… dessine-moi un mouton… »
Quand le mystère est trop impressionnant, on n’ose pas désobéir. Aussi absurde que cela me semblât à mille milles de tous les endroits habités et en danger de mort, je sortis de ma poche une feuille de papier et un stylographe. Mais je me rappelai alors que j’avais surtout étudié la géographie, l’histoire, le calcul et la grammaire et je dis au petit bonhomme (avec un peu de mauvaise humeur) que je ne savais pas dessiner. Il me répondit :
« Ça ne fait rien. Dessine-moi un mouton. »
Comme je n’avais jamais dessiné un mouton je refis, pour lui, l’un des deux seuls dessins dont j’étais capable. Celui du boa fermé. Et je fus stupéfait d’entendre le petit bonhomme me répondre :
« Non ! Non ! Je ne veux pas d’un éléphant dans un boa. Un boa c’est très dangereux, et un éléphant c’est très encombrant. Chez moi c’est tout petit. J’ai besoin d’un mouton. Dessine-moi un mouton. »
Alors j’ai dessiné.
Il regarda attentivement, puis :
« Non ! Celui-là est déjà très malade. Fais-en un autre. »
Je dessinai :
Mon ami sourit gentiment, avec indulgence :
« Tu vois bien… ce n’est pas un mouton, c’est un bélier. Il a des cornes… »
Je refis donc encore mon dessin :
Mais il fut refusé, comme les précédents :
« Celui-là est trop vieux. Je veux un mouton qui vive longtemps. »
Alors, faute de patience, comme j’avais hâte de commencer le démontage de mon moteur, je griffonnai ce dessin-ci :

Et je lançai :
« Ça c’est la caisse. Le mouton que tu veux est dedans. »
Mais je fus bien surpris de voir s’illuminer le visage de mon jeune juge :
« C’est tout à fait comme ça que je le voulais ! Crois-tu qu’il faille beaucoup d’herbe à ce mouton ?
— Pourquoi ?
— Parce que chez moi c’est tout petit…
— Ça suffira sûrement. Je t’ai donné un tout petit mouton. »
Il pencha la tête vers le dessin :
« Pas si petit que ça… Tiens ! Il s’est endormi… »
Et c’est ainsi que je fis la connaissance du petit prince.